lunes, 2 de noviembre de 2009

A mí la Muerte me la persigna II

Murieron otros,
pero fue en el pasado,
esa estación propicia a la muerte.
¿Será posible que yo,
súbdito de Yaqub Almansur,

muera como murieron
las rosas y Aristóteles?.
Jorge Luis Borges

No tendríamos que hacernos la pregunta del desconocido súbdito de Yaqub Almansur, el personaje de Borges, porque la respuesta es siempre "sí".
Recuerdo haber leído hace tiempo una frase aleccionadora. "La muerte debe estar delante, para hacer solemne a la vida".
Es decir que sólo la conciencia de que vamos a morir, le puede dar importancia al hecho de estar vivo.
Si fuéramos inmortales nuestros actos serían irrelevantes.
¿Qué valor tendría cualquier esfuerzo, sea para la bondad o la maldad, si el infinito tiempo lo anula?
Bueno, pues es la certeza de que sólo estaremos aquí unos años, lo que hace que cualquier esfuerzo nuestro tenga tintes épicos.
Nuestras luchas políticas, que quizá nos dejen sin comer; nuestra intervención para impedir una injusticia, que quizá nos cause la muerte; o el que cometamos actos criminales, que posiblemente nos metan a la cárcel; serían insignificantes si tuviéramos por delante la eternidad.
Por eso la muerte es generadora de vida, estimula la actividad. Claro, mientras no llegue.
En una entrevista memorable, Fernando Savater habla de la idea de morir y de sus virtudes.
Para el español, el sabernos mortales nos impulsa a pensar.
Nos cuestionamos y cuestionamos al mundo desde nuestras inseguridades, desde las cosas que nos faltan, que nos asustan.
Sabernos mortales nos hace humanos. Sabemos que vamos a morir y eso nos separa de los animales, que no tienen conciencia de la muerte, sólo del hecho de estar vivos.
Así, la principal virtud de la muerte es que acrecienta el valor de vivir y redimensiona nuestros actos.
Ser un sacerdote o un vendedor de autopartes robadas, tener inclinación por atropellar perros, o dirigir un comedor de ancianos, tienen valor y consecuencias en la vida breve que vivimos. Ante la perspectiva de inmortalidad nada importarían.
Cada cigarro que fumamos, o cada kilómetro recorrido al trote tienen su consecuencia, el pago es retrasar o adelantar el momento en que la muerte llegue a tocar, con su huesuda mano, a nuestra puerta.

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